El Partido de la Libertad Individual (P-LIB) expresa su preocupación por el auto judicial que ha revelado con nitidez la implicación del gobierno venezolano en el apoyo a la banda terrorista ETA, y pide la inmediata llamada a consultas del embajador en Caracas. El P-LIB no puede mostrar, en cambio, extrañeza o sorpresa alguna ante un hecho que todo el mundo consideraba probable. ETA siempre ha recabado el amparo de los regímenes antioccidentales, desde Argelia en determinados periodos de su historia hasta la Cuba castrista. En realidad la ideología del «socialismo del siglo XXI» del dictador Hugo Chávez dista poco del socialismo «real» del siglo XX en la URSS de Stalin, en la Rumanía de Ceausescu o en la Albania de Hoxha.
El totalitarismo de cualquier signo se sabe inviable sin extenderse globalmente, asimilando o aniquilando a quienes le oponen una sociedad libre. La expansión imperialista de la URSS en África y sus bases cubana y nicaragüense en América, y la estrategia de la propia Cuba en Angola, son ejemplos de la necesidad de exportación revolucionaria que padecen estos regímenes. La connivencia con ETA y con otros muchos grupos terroristas en el seno de Occidente ha sido una constante en la estrategia de la extrema izquierda totalitaria a nivel global. Hay quien tiende a pensar que Chávez nutre y ampara a las FARC pero lo contrario parece ser aún más cierto. Las FARC amasaron una inmensa fortuna con el narcotráfico, lo que les permitió colaborar de forma determinante a situar en el poder a personajes como Chávez, Correa, Morales o la nueva edición de Ortega. Son las mismas FARC que recibieron durante muchos años una intensa cooperación «militar» iraní. Es una ingenuidad pensar que los enemigos del sistema político y económico occidental no están perfectamente coordinados, tejiendo con paciencia una red de focos refractarios a nuestro modelo de convivencia, a la espera de tiempos favorables en los que recuperar una posición geopolítica global como bloque alternativo. Rusia, cuya cúpula militar acaba de presentar su modelo de defensa, en el que considera su territorio como una «fortaleza sitiada» por el asedio de Occidente, no es ajena al lento pero constante avance de esa red de centros de poder antioccidentales.
Hoy la lucha contra ETA quizá deba emprenderse más en el terreno del desmantelamiento de sus alianzas exteriores que en el de la sociedad vasca, que repudia con más fuerza que nunca la violencia etarra. Si, como parece probable, el entorno político de la llamada «izquierda abertzale» (o una parte sustancial del mismo) abandona en los tiempos próximos a ETA y se decide por fin a perseguir sus fines por medios estrictamente políticos, a ETA sólo le va a quedar el apoyo de personajes como Hugo Chávez y sus mentores en Teherán y más allá. Las torpes palabras de Chávez sobre esta cuestión, negándose a dar explicaciones e insultando al presidente del gobierno español, no logran ocultar la realidad de cooperación de su gobierno con ETA y con otros grupos decididos a subvertir el orden político y económico en países occidentales.
P-LIB