El Partido de la Libertad Individual (P-LIB) observa con preocupación las maniobras de injerencia estatal en la libre evolución de los mercados de valores, que siempre son contraproducentes. La última de estas maniobras es la prohibición en cuatro países de la Unión Europea de las ventas en corto al descubierto. Esta prohibición es ilegítima ya que estas posiciones inversoras no perjudican directamente a ningún otro inversor ni empresa cotizada. Pueden ser sintómaticas, eso sí, de que la aparente solidez de alguna acción esconda en realidad una probable caída de la misma en los siguientes meses. Enron no cayó porque hubiera inversores apostando por su caída, sino por los problemas reales de esa empresa. Los inversores se limitaron a intuir la caída de Enron e invertir de acuerdo con esa predicción, ganando mucho dinero. En otros casos, los inversores se han equivocado, la empresa en cuestión ha demostrado su solidez y quienes establecieron posiciones en corto al descubierto han perdido su dinero. Se trata de una modalidad de inversión tan legítima como cualquier otra. Acusar a estos inversores de hundir a las empresas es matar al mensajero, y llamarles especuladores es de una hipocresía extrema, porque entonces todos los inversores bursátiles lo son, y varía nada más la forma de especular. Si esta prohibición fuera legítima, los Estados no la anunciarían como una medida extrema, limitada en el tiempo. Los Estados que han incurrido en esta prohibición pretenden esconder la crisis debajo de la alfombra, ayudando ilegítimamente a sus bancos «comerciales» (meras correas de transmisión de la banca central) y a las mayores empresas cotizadas a tener todos los dias resultados «en verde» en los parqués. Pero los rebotes alcistas de la Bolsa no indican que la economía haya recuperado la salud, cuando en realidad se deben a maniobras estatales. Prohibiendo la «especulación bajista», lo que los Estados promueven es la alcista que interesa a su propaganda, pero que no resuelve la crisis que ellos mismos han provocado al extender el Hiperestado hasta extremos impensables, llevándolo a la quiebra con un endeudamiento temerario.