El Partido de la Libertad Individual (P-LIB) no comparte los Presupuestos Generales del Estado presentados ayer por miembros del ejecutivo, sin que el presidente del gobierno se dignara, una vez más, a comparecer ante los medios y la ciudadanía.
Estos son los presupuestos del Hiperestado conservador, y apenas se diferencian de los del Hiperestado socialdemócrata, yendo incluso más lejos que los socialistas al atenazar a empresas y ciudadanos fiscalmente. El gobierno confirma y consolida con estos PGE la trayectoria iniciada en el fatídico consejo de ministros del pasado 30 de diciembre. Tres meses justos han bastado al PP para eliminar cualquier elemento de liberalismo en su gestión de la economía española, defraudando por completo la confianza depositada el 20-N por aquellos liberales que votaron al partido de Rajoy.
Estos PGE definen un escenario en el que el Estado (central, autonómico y local) apenas recorta sus gastos y procura en cambio elevar mediante todo tipo de argucias sus ingresos. La reducción del 17 % del gasto ministerial parece mucho más de lo que es, ya que en realidad gran parte de las competencias más costosas están transferidas. El ajuste en realidad viene por el lado de los ingresos, y el PP no tiene empacho en exigir a la sociedad que se apriete el cinturón hasta la asfixia con tal de mantener tan intacto como sea posible el Hiperestado. La subida de impuestos como el del tabaco y de los recibos que pagamos por servicios intervenidos hasta su estrangulamiento, como la luz o el gas, es una pésima decisión. Subir el tipo efectivo en Sociedades es justo lo contrario de lo que necesita una economía en descomposición que necesita atraer capitales propios y ajenos, no expulsarlos al exterior o a la clandestinidad. Pero, sobre todo, es el exceso de cargas a autónomos, pymes y micropymes el que habría requerido una acción decidida si lo que se desea es generar actividad, riqueza, ahorro, inversión y empleo.
La situación gravísima que atraviesa la economía española habría debido llevar al gobierno a frenar y comenzar a reducir el endeudamiento insostenible de todas nuestras administraciones y del sector financiero. Habría sido necesario el cierre de multitud de servicios enteros por parte de todos los niveles de la administración, prescindiendo así de partidas completas de gasto y de gran cantidad de empleados públicos, y devolviendo de esa manera a la sociedad civil numerosas actividades usurpadas por el Estado. Habría hecho necesario, no sólo no subir los impuestos sino reducirlos de manera drástica para permitir la creación de nuevos negocios y empleo, el asentamiento de empresas extranjeras y, sobre todo, el ahorro imprescindible para retomar la senda del crecimiento. Habría sido necesario eliminar las subvenciones a empresas y a organizaciones privadas de cualquier naturaleza: partidos, sindicatos, organizaciones patronales, confesiones religiosas, asociaciones civiles y culturales, etcétera.
Pero este gobierno no es liberal sino conservador y eso, como afirmó Hayek, es justo lo opuesto. Significa ser insufriblemente intervencionista en materia de libertades personales y, a la vez, estatalista hasta extremos insospechados en materia económica. El PP ha dejado clara su ortodoxia conservadora y compite por tanto en estatalismo con la izquierda que tanto dice detestar. Y por ahora está ganando de calle esa competición.
El P-LIB reclama una reforma laboral más profunda y valiente que la emprendida por el gobierno, junto a una reforma económica de magnitud sistémica: transición hacia la capitalización individualizada de las pensiones y cuentas de capitalización personalizadas para desempleo y despido; sustitución paulatina de los principales servicios públicos por sistemas de cheques; eliminación total de las subvenciones y desgravación de las aportaciones directas; reducción drástica de la tributación de pymes y autónomos; y en definitiva desmontaje del llamado Estado del Bienestar, convertido en realidad en el bienestar del Estado y de sus administradores, presos ahora del monstruo que han creado y que ni saben ni en realidad quieren combatir.