El Partido de la Libertad Individual (P-LIB) ha seguido con curiosidad la aparición de un nuevo partido político, Sociedad Civil y Democracia (SCD), liderado por Mario Conde. No albergábamos demasiadas esperanzas de que esta formación presentara objetivos políticos liberales ni un programa destinado, consecuentemente, a desmontar el inmenso y asfixiante exceso de Estado que soportamos, al objeto de devolver a los individuos el control de sus vidas. La información publicada por SCD y por los medios de comunicación próximos al mismo o participados accionarialmente por Conde nos reconfirma en nuestra convicción de que estamos ante un partido colectivista más.
Los elementos centrales y las propuestas políticas de SCD son extraordinariamente similares a las de UPyD, con la diferencia de que esta última formación emplea una estética de centroizquierda y el partido de Conde prefiere un look de derechas. En ambos casos predomina un regeneracionismo vago y difuso del sistema democrático, tras el que se esconden posiciones de refuerzo del Estado y no de devolución del poder a la sociedad civil cuya defensa proclama. El colectivismo de SCD se traduce en la defensa del llamado Estado del bienestar apelando a la «cohesión social», así como en el empleo de encendidos mensajes de corte nacionalista y una visión muy tradicionalista de la familia y de las cuestiones éticas. Su pretendida reforma del marco jurídico-político titubea ante la eliminación de los órganos judiciales politizados, limitándola al Tribunal Constitucional; su reforma electoral consiste en sustituir el mal sistema actual por otro peor, que aplastaría cualquier opción minoritaria; y su reforma económica es inexistente. El nuevo partido habla de asegurar unas pensiones dignas, pero no de pasar a un sistema de capitalización privada, y ni siquiera se plantea la desestatalización de la sanidad, la educación o los demás servicios públicos. En cambio, hace importantes concesiones a la ingeniería social y cultural, y al fomento de valores concretos por parte del Estado.
SCD es otro proyecto personal más, basado como es habitual en el carisma de un personaje mediático. La información que nos llega de su congreso expone una considerable heterogeneidad de ideas entre los participantes y, sin embargo, una adopción acrítica de las propuestas de la cúpula, sin debate congresual y mediante votaciones «a la búlgara». Es decir, un congreso-acto público de cara a la galería y no un congreso-órgano soberano de decisión colegiada. Además, es el enésimo intento de Mario Conde, no ya por actuar en política (tras hundir en 2000 lo que quedaba del CDS), sino por reivindicar su nombre, limpiar su reputación y satisfacer un anhelo ilimitado de protagonismo. Pero su pasado genera ante todo desconfianza. Nos referimos, por supuesto a su pasado como banquero favorito del establishment político español, no a sus posteriores e irrelevantes vicisitudes penales. Como ex banquero, el propio Conde se ha mostrado contrario al patrón oro y favorable a la creación artificial de dinero fiduciario (banca fraccionaria). Tampoco propone una drástica reducción de los impuestos, ni su proporcionalidad, ni firmes topes constitucionales a la tributación y al endeudamiento. En cambio incurre a veces en tics liberticidas y autoritarios como su coqueteo con la restauración del servicio militar obligatorio. Todas esas posiciones retratan a alguien que carece de un marco de ideas políticas claro y con coherencia interna, y que abraza en cambio una especie de «transversalismo de derechas» similar al del ala más intervencionista y conservadora del PP.
Ya había una corriente externa del PSOE llamada UPyD. Ahora ha nacido la corriente externa del PP. Los liberales seguimos nuestro camino, que se dirige a la recuperación de la Libertad que nos han arrebatado todas las formas de colectivismo, incluida la que ahora encarna SCD. Nada nuevo bajo el sol.