Por Óscar Monje
Uno de los mayores retos a los que se enfrenta todo libertario es el de derrotar el discurso socialista —o socialdemócrata, que tanto monta monta tanto, como Isabel y Fernando—. Es en cierto modo la razón de su existencia, diseccionar la retórica socialista para sacar de ella y exponer al gran público sus falaces razonamientos. Tanto es así, que una gran parte de las personas que acaban asumiendo las ideas del libre mercado como propias, lo hacen después de una crisis ideológica causada por las contradicciones a las que les había llevado el socialismo. Y es que todos hemos sido en algún momento socialistas, si no de pensamiento al menos de sentimiento. La mayoría hemos sido alguna vez seducidos por ideas que nos dicen que el Estado debe velar por que no haya ricos ni pobres, porque unas empresas no acaben con otras, porque todos cobren un salario que se considere digno, en definitiva, porque todos tengamos acceso a los mismos recursos.
Y es lógico que así sea, parece de Perogrullo, ¿no es más justo que las desigualdades económicas sean corregidas? ¿Acaso vale más una empresa que su empleado? Y es por esto que, en los debates, muchas veces se mira a los libertarios con estupefacción e incluso con desdén. Desde su punto de vista, estamos posicionándonos en contra de lo que es sin ningún género de duda más justo. Entonces, la pregunta evidente es: ¿por qué?
Cada uno tendrá su forma particular de responder a esta pregunta, pero en casi todos los casos, ya sea conscientemente o sin saberlo, utilizamos argumentos que a lo largo del pasado siglo articularon los teóricos de la escuela austríaca, y que han seguido siendo desarrollados por sus discípulos hasta hoy. Concretamente, el primero que sintetizó un razonamiento contra la posibilidad del cálculo económico socialista fue Ludwig von Mises en su artículo El cálculo económico en la comunidad socialista, razonamiento que varias décadas después fue recogido por Jesús Huerta de Soto en su libro Socialismo, cálculo económico y función empresarial. Aquí solo se pretende resumir las ideas que en este libro se recogen; ideas que, como acabaremos viendo, llevan a la irrevocable conclusión de que el socialismo es imposible.
El argumento de Huerta de Soto consiste en analizar el tipo de información que en el mercado se gestiona, información que no puede ser gestionada por una autoridad central. Es por tanto un argumento epistemológico. Así, podríamos resumir el argumento con el siguiente enunciado: «es epistemológicamente imposible que una organización central pueda gestionar toda la información que se genera en el mercado, y está por tanto abocada a fracasar».
Los motivos que llevan a esta conclusión son cuatro:
- En primer lugar, la enorme cantidad de dicha información que se genera. En el mercado hay miles de millones de personas coordinándose unas con otras para satisfacer sus necesidades y por tanto la cantidad de información que se genera cada instante es colosal. Gran ejemplo de esto son las incontables ocasiones en que las reformas aplicadas por un político han tenido resultados diferentes, o aun contrarios, a los que se pretendía obtener. Al final acaban siendo disculpados por los votantes, pero tal vez sea igualmente inmerecida la disculpa al que yerra sabiendo que errará como al que toma decisiones asumiendo un riesgo conscientemente, a costa de y sin el consentimiento de los contribuyentes, que son los que acaban pagando los platos rotos.
- Segundo, no solo es esta información inabarcablemente numerosa, sino que esta se encuentra enormemente dispersa. Es información de carácter subjetivo, privativo, tácito y no articulable. Es decir, la información se encuentra dispersa en todos los actores que forman parte del mercado, y cada uno de estos interpreta esta información y crea información nueva a partir de su experiencia subjetiva. Además, esta información no suele contener de manera explícita todos los procesos que tienen lugar en el mercado, sino que está compuesta de intuiciones o razonamientos subjetivos de millones de individuos que, además, si intentasen articular dicha información, tendrían que recurrir a procesos mentales tácitos y no articulables. Por tanto, es una información que no puede contenerse en una unidad de memoria o almacén central. Es por este motivo que los modelos matemáticos que utilizan nuestros dirigentes son un método tan efectivo para hacer predicciones económicas como lanzar una moneda al aire.
- Tercero, aunque toda esa información pudiese almacenarse y leerse, sería inútil, pues está sujeta al constante cambio del proceso dinámico que es el mercado. En palabras de Huerta de Soto «la información existente de tipo histórico […] solo conserva un valor meramente arqueológico»1. En resumidas cuentas, de nada sirve almacenar la información del estado de un proceso que está en constante cambio, y que por tanto en el momento de utilizarse no reflejaría la situación real del proceso.
- Y cuarto, la intervención del Estado cohíbe la acción empresarial, imponiendo su particular modo de hacer las cosas e impidiendo que se desarrolle la creatividad necesaria para la acción empresarial innovadora. Como es lógico, cuando se planifica y se impone una vía de acción, las otras posibles vías que individuos brillantes pudiesen desarrollar se ven truncadas antes de siquiera nacer. Toda la innovación que hoy podamos ver es innovación que se produce a pesar de la acción del Estado, no gracias a ella.
Por estos motivos, se concluye que no es posible planificar la economía, por razones epistemológicas: no es posible que una autoridad central posea e interprete la información necesaria. Está por tanto condenada a fracasar y, si llega hasta sus últimas consecuencias, a cometer las abominaciones que han quedado registradas en los libros de historia.
La importancia de este teorema reside en el método con que se obtiene. Según Huerta de Soto, existen tres niveles por los que uno se puede acercar a la realidad económica, política y social: los niveles histórico, teórico y ético.2 Este argumento se enmarca en el nivel teórico, y es el germen mismo del liberalismo libertario; es el argumento que da una razón teórica de por qué el socialismo siempre fracasa y, aunque pueda resultar muy seductor, debe ser combatido. Y es importante no olvidar los fundamentos teóricos, pues sin ellos nos quedamos en la mera opinión, y es fácil acabar flaqueando, pues se carece de la convicción que da tenerlos claros.
Para acabar, se darán algunas aclaraciones semánticas:
Según palabras de Huerta de Soto, el teorema de la imposibilidad del socialismo debería en realidad llamarse teorema de la imposibilidad del estatismo, pues sus argumentos demuestran la imposibilidad de cualquier planificación centralizada. El socialismo no es más que un hombre de paja al que se combatió en el siglo XX, cuando en realidad el verdadero enemigo era el Estado en cualquiera de sus formas. Por tanto, es mejor referirse al argumento como «teorema de la imposibilidad del estatismo» o, si se prefiere, «teorema de la imposibilidad del cálculo económico estatal».
Por último, otra palabra que puede llevar a confusión es «teorema». Cuando se utiliza dicha palabra, lo que se quiere decir, es que se trata de un razonamiento praxeológicamente irrefutable. No se ahondará más en este punto para no desviarnos demasiado, pero sí es importante recalcar que, aunque su sentido matemático original se ve modificado, la palabra no está puesta de forma banal.
Referencias
1Jesús Huerta de Soto, Socialismo, cálculo económico y función empresarial, cap. V, p. 224
2Jesús Huerta de Soto, «Historia, ciencia económica y ética social», en Estudios de economía política, cit., cap. VII, p. 105 y ss.