Por Pablo Cobos
El sistema económico elegido por Ayn Rand para defender lo que más tarde se conoció como Objetivismo fue el capitalismo. Más en profundidad, Ayn Rand se opuso firmemente a cualquier forma de colectivismo. Por tanto, la autora defendía el individualismo, considerándolo la mejor ingeniería para el motor de la sociedad basada en la libertad personal.
Hoy en día un existe una intelectualidad descentralizada del libertarismo o del libre mercado. En su época, sin embargo, aquella corriente estaba representada sobre todo por la Escuela Austríaca.
A lo largo de su carrera, Ayn Rand estableció conexiones significativas con la Escuela Austríaca de Economía. Mantuvo encuentros con destacadas personalidades de este movimiento, como Ludwig von Mises y Henry Hazlitt, entre otros intelectuales de la época. Durante estas interacciones, no solo compartió ideas afines con algunos, sino que también enfrentó diversas opiniones, como se evidenció en el caso de Friedrich Hayek hacia el atardecer de su carrera. Estas relaciones y debates enriquecieron su perspectiva y contribuyeron a la diversidad de ideas dentro del ámbito del liberalismo clásico y la defensa del libre mercado.
Ayn Rand comparte similitudes con esta corriente, como podría ser el individualismo y la libertad, ya que ambos se oponen a la planificación centralizada y abogan por la autonomía y la toma de decisiones individuales. También comparten la crítica al socialismo, ya que consideran que el sistema de precios y la propiedad privada son fundamentales para la eficiencia económica, oponiéndose a intervenciones estatales en la economía.
El Objetivismo tuvo su origen como un sistema filosófico, aunque de una manera poco convencional. Esta corriente surgió de las novelas de Ayn Rand, que solían presentar escenarios distópicos y donde explicaba cada una de las ramas de su filosofía. No fue hasta aproximadamente el 1970 que Ayn Rand dejó de escribir ficción para centrarse en su trabajo filosófico.
Ayn Rand defendió el capitalismo, el libre mercado, el individualismo. Consideraba que el capitalismo de laissez-faire era el único sistema económico moralmente justificable. También defendió la razón (rechazaba toda forma de conocimiento no perceptivo, como el instinto o la revelación), se opuso la altruismo y tomaba como principio moral el egoísmo ético racional.
Pensaba además que el campo de estudio de la filosofía política se centra en la organización de las sociedades. Ayn Rand daba máxima importancia a la preservación de los derechos individuales y respaldaba gobiernos restringidos por una constitución robusta.
Ayn Rand defendía el capitalismo como una institución social virtuosa. Para analizarlo, cabría hacerse una pregunta antes:
¿Qué es una institución social virtuosa? Para ello tendríamos primero que definir virtud, que puede definirse como aquellas cualidades y comportamientos que promueven la excelencia moral y contribuyen a una sociedad ética y justa.
En el contexto de una institución social virtuosa, podríamos considerar aquella que fomente la integridad, la equidad, la responsabilidad y el bienestar individual o colectivo. Nótese que se engloba en la definición a cualquier sistema, ya sea capitalismo o socialismo (por la colectividad). Esta institución debería entonces buscar el desarrollo y la prosperidad sin comprometer la dignidad y los derechos (individuales o colectivos). Además, una institución virtuosa debería facilitar oportunidades para que las personas contribuyan de manera significativa a la comunidad y se ganen la vida de una manera ética y responsable.
Sin embargo, las prioridades pueden variar, surgiendo perspectivas diferentes, como la preferencia por colocar al grupo por encima del individuo, como sugieren afirmaciones de índole colectivista o intervencionista.
Entonces, dejando a un lado opiniones personales, un sistema virtuoso es aquel que, al menos, permite el progreso, si no tanto del individuo, al menos de la sociedad (continuando con la pluralidad del debate). Ahora bien, si tampoco el grupo es capaz de progresar, ya que parten de esa premisa, cabría esperar que no sean capaces de cumplir sus propios compromisos, por lo que no sería injusto pensar que carecen de virtud por no cumplir sus propias expectativas.
Por tanto, si tuviéramos que definir qué sistema económico se adaptaría mejor a lo mencionado no existen mayores ventajas que las que ofrece el capitalismo.
Para probar esto tenemos distintos gobiernos repartidos por todo el siglo XX y XXI.
Si identificamos un punto crucial que marcó un cambio significativo en la calidad de vida a lo largo de estos siglos, fue la implementación de este sistema. Aunque las definiciones de calidad de vida pueden variar, podemos encontrar un terreno común al considerar aspectos como oportunidades, esperanza de vida, reducción de la pobreza, etc.
Por tanto, si el capitalismo sí que fue capaz de incluir virtud en el ser humano, mientras que otros sistemas de gobierno (por ejemplo, el comunismo) no fueron capaces, sería objetivo darles adjetivos calificativos positivos y negativos a ambos respectivamente.
Sin embargo, no quisiera pasar por alto destacar el cambio significativo que están experimentando los Estados que inicialmente adoptaron el capitalismo y que, con el tiempo, están transitando hacia sistemas intervencionistas que penalizan el libre mercado. Este fenómeno ha llevado, de manera más acelerada de lo que podríamos pensar, a una desaceleración económica y al surgimiento de discursos populistas característicos de periodos transitorios hacia una ideología colectivista.
Otros motivos por los que el capitalismo se podría definir como una institución social virtuosa sería la diversidad de elección, siempre y cuando se respete la libertad de producción. La competencia, esencial para establecer una variedad de ofertas, es un factor vital para el progreso de la sociedad, influyendo en diversos campos como el tecnológico, social, científico, entre otros. La teoría del capitalismo sostiene que la oferta y la demanda tienden a equilibrarse, permitiendo una autorregulación que optimiza la asignación de recursos.
De la misma forma un capitalismo bien instaurado debería de ser capaz de fomentar el emprendimiento, midiendo las regulaciones hacia la creación de nuevas empresas e interviniendo lo mínimo posible.
Una eficiencia económica daría lugar al crecimiento y desarrollo de la mano de la innovación y la competencia. Junto a la libertad individual, se daría un descenso de la pobreza, que fomentaría la propiedad privada, por lo que se tercia vital su defensa (sin mencionar temas morales detrás del respeto a lo privado).
Una diversidad de elección para el consumidor se traduce en incentivos para el progreso personal, que pueden verse reflejados en posterior emprendimiento y creatividad.
Para finalizar, es crucial abordar el tema de la polarización que caracteriza nuestra actualidad. En este contexto, es fundamental reconocer que la esencia del capitalismo, entendiéndose como un entorno minimalista de naturaleza libertaria, se fundamenta en su enfoque práctico. El capitalismo específicamente no aspira a ser una filosofía moral integral que dicte lo que está bien o mal. En cambio, se orienta hacia los principios jurídicos esenciales, permitiendo a cada individuo vivir de la manera que elija, respetando la diversidad de perspectivas y proporcionando un marco institucional centrado en la libertad de elección.