Para el P-LIB, la convención celebrada este fin de semana por el Partido Popular ha dejado meridianamente claros los motivos por los cuales esa formación política no puede (ni desea) ser el partido de los liberales. Rajoy apeló una y otra vez, hasta la extenuación, a la construcción de un partido de masas que necesariamente ha de ceder para contentar a un abanico de tendencias políticas, económicas y sociales demasiado amplio. Para lograrlo, insistió reiteradamente en la asunción de los «valores tradicionales» de la derecha convencional española, valores profundamente colectivistas que son sobradamente conocidos: hiperpatriotismo trasnochado y un enfoque filosófico y ético completamente condicionado por el lobby confesional católico.
Si al menos todo ello contrastara con una política económica decididamente liberal, algunos podrían pensar que el PP sirve al menos como mal menor. Pero ni siquiera eso es así. Al contrario, el PP ha marcado en Barcelona, con las amplísimas unanimidades y con los compactos cierres de filas a los que nos tiene acostumbrados, una política económica anclada en los mitos del Estado-providencia.
Mariano Rajoy, uno de los políticos más mediocres que ha dado la derecha española, va a ser muy probablemente el próximo presidente del gobierno a causa del simple agotamiento del proyecto Zapatero y de su desastrosa gestión de la crisis. Para los liberales poco habrá cambiado. Tal vez gestione un poco menos mal la economía (Zapatero le ha puesto el listón muy bajo), pero debemos preguntarnos qué precio habremos de pagar en todas las demás políticas.
El P-LIB considera que aquellos liberales auténticos que, por motivos prácticos, militan en el Partido Popular, deberían reflexionar sobre el apoyo que están dando a un partido tan conservador en lo moral y tan socialdemócrata en lo económico. Seguramente deberían salirse de esa formación y contribuir, desde el P-LIB o desde otros foros, a la eclosión en España de una alternativa liberal auténtica, sin complejos ni servidumbres.