El Partido de la Libertad Individual (P-LIB) expresa su indignada repulsa ante el caso Bárcenas, que afecta ya de lleno a la cúpula del Partido Popular. Los partidos deberían ser organizaciones privadas y autofinanciadas. Entonces rendirían cuentas únicamente ante quienes las integraran y financiaran. Pero la realidad española es la de unos partidos que se nutren en un 80% de dinero fiscalmente extraído de nuestros bolsillos, y los liberales exigimos plena transparencia sobre su destino. En este caso lo que aflora es el presunto pago de numerosos sueldos ilegales, en efectivo y a escondidas con dinero que sólo puede proceder o del erario público o de empresas y lobbies que compraban decisiones políticas.
Es paradójico que haya sido precisamente el Partido Popular el que ha extendido a las formaciones políticas el concepto (por otra parte absurdo) de responsabilidad penal de las personas jurídicas, porque parece evidente que la generalización de los sueldos ilegales podría perfectamente motivar una decisión judicial de ilegalizar al Partido Popular. En efecto, esta formación política se había convertido, presuntamente, en una organización mafiosa que beneficiaba a sus altos responsables con el dinero de todos o con el de quienes adquirían los más diversos favores.
La información que está aflorando es clara, contundente y definitiva. El silencio cómplice, cuando no el beneficio económico directo, parece alcanzar a todos lo sectores del partido, a todos los clanes y camarillas, a toda su organización territorial y al conjunto entero de la cúpula nacional conservadora. El cenagal del PP recuerda al del PSOE en tiempos de Luis Roldán. Si Roldán amenazaba entonces con tirar de la manta de Felipe González, hoy Bárcenas ejerce su chantaje aferrado a la manta de Rajoy. Nada ha cambiado en España desde Filesa y Naseiro hasta los fondos de reptiles del PSOE o los sobres opacos del PP. Sólo ha cambiado lo superficial, lo estético, lo intrascendente, es decir, el hecho de que la marca electoral en el poder haya sido unas veces la del PSOE y otras la del PP. El caso Bárcenas deslegitima éticamente al PP, pero ese efecto se extiende al conjunto del sistema.
Como estamos viendo, PP y PSOE son exactamente lo mismo. Su alternancia pendular es una vulgar comedia para distraer la atención de sus víctimas, los ciudadanos. Su botín es el producto del esfuerzo de todos nosotros, y ambos partidos nos lo arrebatan con el desprecio del tirano y con la voraz codicia del ladrón. Cada uno de esos dos partidos duerme tranquilo pensando que, cuando esté en la oposición, el otro protegerá sus delitos por más que vocifere aparentando indignación. Ese es el mayor «pacto de Estado» que comparten, el pacto de silencio entre ladrones, la omertà característica de toda comunidad mafiosa. El PP y el PSOE han conseguido a pulso darle la razón a cuantos afirman asqueados que entre la mafia y el Estado la única diferencia es el tamaño.
Hoy los pensamientos de los liberales están, más que nunca, con los ciudadanos productivos que sostienen con su esfuerzo el país soportando además el parasitismo, ya extremo e insoportable, de un Estado gigantesco al servicio de quienes sólo puede ser descritos como una auténtica casta especial, ajena a la crisis que nos asola, aferrada a los privilegios ilegítimos que obtiene por vía política a costa de todos nosotros, y decidida a imponernos la continuidad de su desalmada succión de nuestro tiempo y esfuerzo, de nuestras energías e ilusiones, de nuestro futuro.
La corrupción más descarada y abyecta pudre de arriba a abajo el edificio estatal entero, desde sus más altas instituciones, con el caso Urdangarín como exponente, hasta el conjunto de los partidos con representación, ya que más allá del PP y del PSOE, estamos asistiendo también a casos realmente gravísimos en CiU y en la práctica totalidad de los partidos que han alcanzado cotas de poder. Los liberales insistimos en que la corrupción se da allí donde los políticos o los altos funcionarios tienen poder discrecional, y en que frente a esta realidad incontestable no sirve de nada sustituir unos políticos por otros, un partido por otro, porque la única solución es retirarle al Estado tantas decisiones y tantos fondos como sea posible, dejando ambas cosas en manos de cada individuo. La gente, la sociedad civil, es muy sabia y perfectamente capaz de organizarse directamente, en libertad.
El P-LIB reitera su convicción de que todas estas revelaciones que erosionan el pacto de silencio forman parte de una lucha encarnizada entre las facciones del régimen del 78, transversales a la política de partidos, cuya guerra de dossieres y filtraciones amenaza con no dejar títere con cabeza. Es bueno que así sea. Es bueno que el moho cubra el pastel del 78 en plena descomposición, y que su olor fétido impida a la gente seguir creyendo la mitología obsoleta en la que se cimenta. Es bueno que salga toda la basura a la luz, que conozcamos con todo lujo de detalles cómo muchos de nuestros ministros actuales y pasados, de nuestros diputados y senadores, de nuestros políticos en suma, nos han robado de forma sistemática y ordenada durante más de treinta años, con un gobierno o con otro. Es bueno que la gente comprenda que la expansión ilimitada del Estado y de su deuda, que seguirán pagando nuestros nietos, jamás tuvo por objeto beneficiar a la sociedad, sino agrandar la ubre de la que todos ellos mamaban. Es bueno que reviente esta cleptocracia, este reino de los ladrones, y que de sus cenizas pueda surgir un nuevo paradigma, un gobierno fuertemente limitado, una sociedad civil autogestionada e independiente de la política, una convivencia basada en el orden espontáneo de millones de acciones individuales libres, donde el Estado apenas se encargue de unas pocas tareas elementales. Es bueno que la Justicia persiga a esas asociaciones de malhechores en que se han convertido presuntamente los partidos políticos del régimen, y que sus capos paguen por habernos estafado, y que la sociedad española, tras haber metabolizado tanta inmundicia, la evacúe de su organismo para situarla en el lugar que le corresponde: en el vertedero de la Historia.